martes, 4 de diciembre de 2012

¿Política chilena "americanizada"?

Daniel Brieba (publicado originalmente en La Tercera)

A PESAR de la actual fascinación con EE.UU. de tanta parte de nuestra elite política y económica, lo cierto es que, durante todo el siglo XX, nuestra política se estructuró según patrones fuertemente europeos. Con nuestros partidos fielmente reflejando la amplia gama de tradiciones ideológicas de ese continente -desde comunistas hasta conservadores, pasando por socialistas, democratacristianos y liberales- y con nuestros gobiernos formados por coaliciones multipartidistas pero flexibles, la política en Chile se pareció, a pesar de su presidencialismo, mucho más a la de algún país europeo continental que a la de EE.UU. o a la de casi toda América Latina.

Esa realidad, sin embargo, ha ido cambiando, y pareciera que nos acercamos progresivamente a tener una política mucho más cercana al modelo americano (me perdonará el lector el no usar el poco amigable término “estadounidense”).

A mi juicio, tres pasos sucesivos nos están llevando en esa dirección. El primero fue la reestructuración ideológica de nuestros partidos en torno a las divisiones autoritarismo/democracia y -secundariamente- socialdemocracia/neoliberalismo, que cristalizaron en 1988 en dos coaliciones que se han mantenido a lo largo del tiempo, siendo por lejos las más longevas de nuestra historia republicana. A pesar de la crítica evaluación ciudadana actual a ambas coaliciones, existe cierta identidad concertacionista y otra aliancista que trascienden a los partidos individuales que las conforman. En ese sentido, el paralelo de los partidos demócrata y republicano con nuestras durables coaliciones de centroizquierda y centroderecha, respectivamente, se vuelve plausible.

Los otros dos pasos son recientes cambios en el sistema electoral y que nos llevan a una americanización en el modo de hacer campaña: la introducción -veremos cuán generalizada- de primarias para escoger candidatos dentro de cada partido o coalición, y el voto voluntario. Estas dos innovaciones cambian de manera fundamental la relación entre los partidos, sus militantes y la ciudadanía. Mediante las primarias, la militancia y/o los simpatizantes interesados son los actores decisivos en la selección de candidatos, desplazando a las cúpulas partidistas. Debido al voto voluntario, los partidos ya no pueden contar con lealtades confiables fuera de su núcleo duro de simpatizantes.

En ambos casos, más allá del signo de las preferencias de los electores, lo que ahora entra en juego es la intensidad de éstas. Ya no basta con convencer; hay que motivar. Ya no importa el padrón; importa identificar y conocer a los likely voters. Las redes comunicacionales para llegar a segmentos específicos con mensajes diferenciados y las redes territoriales para movilizarlos a todos el día de la elección pasan a ser claves. La importancia de la plata y también de los voluntarios se acentuará, ya que con ellos se construye el despliegue mediático y territorial para captar a votantes que han dejado de ser cautivos. Posiblemente, la apelación a las emociones, el carisma del candidato, el ataque al contrario y la polarización discursiva sean parte del arsenal que las campañas desplieguen para aleonar a las propias huestes y desmotivar a las del adversario.

Si el fuerte sabor “americano” que empieza a tener nuestra política sería bueno o malo para la calidad de nuestra democracia, es una pregunta distinta y abierta.

4 comentarios:

  1. En enero de este año publiqué una columna titulada El centro político es un mito que hace daño.

    Este artículo corrobora mi tesis de entonces en cuanto a que lo natural en una sociedad madura es el bipartidismo, por las razones que allí indiqué.

    Es un fenómeno interesante porque, entre otras cosas, marca el fin histórico del aventurerismo que la centro izquierda todavía lucha denonadamente por restaurar. En la turbulencia que genera el esquema multipartidista ganan los audaces y los violentos, pero pierde el país.

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  2. Por supuesto, no comparto para nada los supuestos de Brieba que habrían dado base a esta nueva división partidaria.

    Los partidos de la derecha nunca se han estructurado en torno al autoritarismo, y los partidos de la izquierda tienen un negro registro en materia democrática. Tampoco la tontera del "neoliberalismo" (que es el mote acuñado por el progresismo internacional para llamar al repunte de la libertad como principio fundador que desde Chile encendió la reacción contra el socialismo que hasta entonces avasallaba sin contrapeso en toda Latinoamérica y en Europa) comoopuesta a la "social democracia" (que es otra denominación tipo cajón de sastre en la que caben desde los democristianos hasta los comunistas y que en todas partes son genéricamente rotulados como "progresistas" —en el sentido evolucionista del término).

    Los principios inspiradores de cada lado del espectro son los de siempre y que reseñé en el artículo citado. Lo único "nuevo" de este cuadro es que el "centro político" antes se reputó como mayoritario y equilibrado ha quedado reducido a la nada, que es como debe ser. El "centrismo" fue una completa estafa, como se describe en el artículo citado arriba.

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  3. Sin embargo, lo que omite el columnista de 'La Tercera', que existe esas dos coaliciones gracias al sistema binominal que obliga a los partidos a ponerse de acuerdo, y en segundo lugar, como en todo sistema bipartidista, los partidos extremistas más bien de la Izquierda que de la Derecha, no tiene cabida. Y todo ello, gracias al Gobierno Militar.

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    1. Eso es correcto, aunque el bipartidismo ha funcionado también en elecciones uninominales, como las presidenciales y las municipales. Si tener dos candidatos por circunscripción parlamentaria ha ayudado, estupendo. Pero creo que los mismos partidos políticos se dan cuenta que la tonterita de los tres tercios ya no funciona.

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