jueves, 25 de octubre de 2012

¿Pueden las redes sociales componer la política?

En los 80 me tocó asistir a varios congresos y seminarios de industria que convocaban a profesionales, profesores y ejecutivos de empresas de telecomunicaciones y de informática. Estaba de moda hablar de convergencia en ambas disciplinas, a las que luego se sumó la administración (management), principal consumidor de estas prestaciones de la ingeniería.

Eran años de efervescencia y creatividad. A diferencia de lo que ocurría en la vecindad, las telecomunicaciones chilenas ya no eran estatales y en la informática empezaba a brotar una multitud de iniciativas privadas, desplazando a la estatal ENAC (la cual hoy pocos sospechan que existió).

Esta convergencia fue la antesala de la integración de las redes que finalmente dieron origen a la Internet y, como parte de ella, a las hoy llamadas "redes sociales", de cuya aparición el director de la Escuela de Ingeniería, Ing. Sergio Mujica, dio una breve síntesis al iniciarse el panel "Jóvenes y política: el impacto de las redes sociales" en la Universidad Finis Terrae, con seis expositores que demostraron gran dominio del tema: Enzo Abbagliatti, Andrés Azócar, Tomás Jocelyn-Holt de un lado; y del otro Mario Desbordes, Jaime Bellolio y Ena von Baer.

Ayer me referí a la contrapuesta visión del impacto político de estas "redes", que peculiarmente caracteriza a derechistas e izquierdistas. Hoy compartiré mi impresión general de un aspecto que dificulta el esfuerzo que, independientemente del acento que pongan en el uso de las tecnologías de intercambio en red, despliegan los políticos por generar simpatía por su actividad y adhesiones a sus respectivas causas.

De hecho, aparte de la gentil invitación de Sergio Mujica, me atrajo la posibilidad de escuchar a Ena von Baer, la única política de quien he oído expresiones que tocan —tangencialmente, eso sí— lo que en mi opinión es el principal problema de maduración política en nuestro país*.

Cuando se dio una instancia de recibir preguntas del público, un alumno se entretuvo [largo soliloquio en el que perfiló vagamente su inquietud] en el tema de la política partisana nacional actuando en el plano comunal (o local), cuestión que es llamativa por su efecto debilitante en la musculatura republicana.

Me perdí la respuesta a la inquietud, pero creo que en general nuestro sistema político yerra gravemente al apropiarse de los asuntos públicos de las comunidades reales. Y por esta misma razón nuestra capacidad de autogobierno, que es la mejor cuna donde desarrollar la participación y la experiencia en los asuntos públicos, es casi inexistente.

A los chilenos, el actual sistema político nos impone cuándo, cuáles y dentro de qué conjunto elegir a nuestras autoridades locales. Para el sistema no interesa si somos una ciudad desarrollada, una comarca de pueblitos o un villorrio alejado de los grandes centros. Todos somos comunas que algún funcionario dibujó en mapas en su oficina. Nadie nos preguntó si nos conformaba el tal mapa o si preferíamos asociarnos para formar entidades viables económicamente. A nadie se le ha ocurrido que podríamos querer votar por una autoridad de educación, de seguridad o que se encargue de otro aspecto que en nuestra comunidad es significativo (y que en otras seguramente no). Y, entre mil otras cuestiones, ningún político piensa que a lo mejor queremos que nuestras diferentes autoridades las renovemos con una periodicidad mayor o menor a la de otras localidades.

Los políticos no parecen advertir lo saludable que sería que cada comunidad real se diera con libertad sus autoridades, en la fecha que les sea conveniente. Las normas o leyes para hacerlo deberían ser mucho más flexibles para permitir que las comunidades puedan ir detrás de sus propios intereses.

Esto incide, por supuesto, en el talante del gobierno para dictar la vida en las comunidades. Como un ejemplo, entre miles, el Transantiago jamás podría imponerse en países donde las ciudades y conurbanos son libres de darse sus propias soluciones.

Otra pésima consecuencia es el funcionamiento político al interior de nuestras comunidades, donde por efecto de esta dependencia "foránea" de las tiendas partisanas nacionales, la lucha por el poder representa intereses no-locales. El caso de Providencia es paradigmático porque la iniciativa para desplazar al actual alcalde responde principalmente a los objetivos de sectores políticos ajenos a la comunidad; tanto, que han "importado" electores para mejorar sus posibilidades de lograrlo. Encima de eso, luego de elegidas, las autoridades locales conforman sus equipos y ejecutan su gestión con prescindencia de cualquier otro foco de intereses locales.

No los voy a latear, pero este esquema mutilador de la soberanía local y de la capacidad de autogobierno transforma a los grupos políticos en entidades que "flotan" sobre la realidad cotidiana. Su desvinculación de las comunidades reales les lleva a generar un esquema de interacción horizontal con sus pares y cercanos, lo que da pie para que algunos les llamen la "clase política", asociada a vicios que les separan todavía más de la realidad que viven los que no pertenecen a ella.

Cuando la vida republicana es un lujo que puede darse solamente en los pasillos del Congreso. Los demás sólo miramos desde afuera. En este cuadro, no hay tecnologías ni "redes sociales"que puedan reemplazar con alguna eficacia el vacío entre la nube donde se maneja el monopolio de los asuntos públicos y el día a día real, cotidiano y aterrizado de los ciudadanos.

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* En esta entrevista (al final del segundo video), Ena declara: "Quizás, la segregación nuestra, en Chile, no es un problema de la educación sino que es un problema de cómo están armadas las ciudades."

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